En muchos casos la gastronomía y la música forman parte esencial del acervo cultural y la tradición de los pequeños municipios. En el caso de Cartajima, en el Valle del Genal, la elaboración de roscos fritos y la música de acordeón han acompañado a los vecinos y vecinas de distintas generaciones durante diferentes momentos de sus vidas.

Hasta la llegada de los grupos musicales y las empresas de espectáculos, en Cartajima la mayoría de los festejos eran amenizados por acordeonistas, que hacían sonar sus instrumentos para el disfrute y el baile de todos. Es más, hace alrededor de medio siglo había hasta cuatro acordeonistas en el municipio. Uno de ellos es Paco Román, que se mostró orgulloso de llevar toda su vida tocando el acordeón y ambientando las distintas fiestas tanto en su pueblo como en los alrededores. Con el paso del tiempo se ha convertido en uno de los últimos acordeonistas de la Serranía de Ronda.

Román relató que su abuelo le regaló a su padre un acordeón cuando éste tenía 4 o 5 años con el objetivo de que, entretenido con la música, no se quedase dormido mientras cuidaba del ganado. Su padre se acabó convirtiendo en un verdadero virtuoso tocando este complejo instrumento. A raíz de ver el viejo acordeón en su casa, Paco empezó a sentir curiosidad por el mismo y de manera totalmente autodidacta aprendió primero a hacer sonar las primeras notas y después a tocas antiguas canciones de los años 30.

Paco Román con su viejo acordeón.
Paco Román con su viejo acordeón.

Un poco más adelante, a la temprana edad de 9 años, Paco Román tocó en público por primera vez y con 15 hizo su primera actuación fuera de Cartajima, donde aún recuerda que le pagaron 15 duros, “un capital a mediados de los 40, cuando un obrero de carreteras que trabajaba a pico y pala ganaba 3 pesetas al mes”. A partir de los quince años tocaba en la mayoría de las fiestas de los pueblos de los alrededores, hasta donde se desplazaba andando por el monte con el pesado instrumento a la espalda.

Por otro lado, Francisca Naranjo, vecina de Cartajima explicó que en la localidad la receta de los roscos ha sido transmitida en las familias de generación en generación, por lo que su abuela enseñó a su madre y ésta hizo lo propio con Francisca. La vecina lleva haciendo estos dulces desde que tiene “uso de razón” y en el pueblo la mayoría de las mujeres saben elaborarlos, cada una a su manera. Cierto es que esta joya gastronómica también se cocina en otros municipios del entorno, aunque en cada uno de ellos de forma diferente al usar ingredientes distintos y variaciones en la manera de elaborarla.

Francisca Naranjo indicó que para hacer unos 280 roscos es necesario echar en un recipiente 4,5 kg de harina, a la que se añaden 4 puñados de azúcar, 2 sobres de levadura, 2 tarritos de canela y la ralladura de la piel de 4 limones. Por otro lado, es necesario calentar aceite y freír en el mismo los 4 limones sin corteza que, posteriormente, se exprimen para añadir el zumo a todo lo anterior. Además, en el mismo aceite caliente se añaden dos tarritos de matalahúva antes de verterlo en la harina. Seguidamente, se agregan al recipiente 2 vasos de vino blanco y 2 de aguardiente y se amasa la mezcla resultante. Por último, una vez que la masa esté uniforme, sólo queda dar forma a los roscos y cocinarlos en el horno durante alrededor de media hora.

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