Alma Ibérica revitaliza su casco antiguo, ofreciendo cultura y gastronomía a los visitantes.
13/06/2025

Pasear por Montpellier bajo un cielo despejado —un privilegio diario en esta ciudad que disfruta de más de 300 días de sol al año— es sumergirse en una atmósfera vibrante y luminosa que recuerda al espíritu del Mediterráneo español. Los montpellerinos han sabido cultivar esa esencia festiva que caracteriza a nuestras latitudes: abarrotan las terrazas de los cafés, animan las plazas históricas y dan vida a las calles adoquinadas del centro antiguo con risas, largas charlas y una filosofía de bon vivant que impregna la ciudad.
En esta localidad del sur de Francia —antigua capital del Languedoc-Rosellón—, lo francés adquiere matices sorprendentemente ibéricos que se filtran por diversos rincones, desde la alegría de sus habitantes hasta la calidez de sus encuentros informales. Aquí, la sofisticación gala se combina con una sensualidad mediterránea que convierte cada paseo en un pequeño descubrimiento cultural.
UNA CIUDAD CON RAÍCES ARAGONESAS
Para comprender esta mezcla cultural, es necesario retroceder a la Edad Media. Durante más de 150 años, Montpellier fue parte de la Corona de Aragón, un período que marcó de forma significativa su identidad. Fue en un modesto palacio de la rue de l’Ancien Courrier donde nació Jaime I el Conquistador en 1208, un rey cuya influencia aún se refleja en los nombres de calles y comercios del casco antiguo. Hijo de Pedro II de Aragón y María de Montpellier, este futuro conquistador transformará la ciudad en un próspero centro comercial con privilegios excepcionales, que impulsaron su crecimiento demográfico y económico.
El Écusson —el núcleo medieval de la ciudad, nombrado por su silueta similar a un escudo— aún conserva las huellas de aquella época dorada. Sus calles estrechas y acogedoras plazas (que algunos comparan con el Born de Barcelona), como la place de la Canourgue —donde se encuentra el restaurante Jardin des Sens, con una estrella Michelin— cuentan historias de mercaderes, artesanos y cambistas que prosperaron bajo el dominio aragonés. Aunque la soberanía pasó a manos francesas en el siglo XIV, Montpellier nunca renunció a esa esencia ibérica que sigue presente en su identidad.
RECORRIDO POR EL PASADO Y PRESENTE DE MONTPELLIER
La huella de aquellos siglos de esplendor aragonés se observa de manera destacada en la imponente Facultad de Medicina, la más antigua en funcionamiento del mundo occidental. Fundada en 1220, esta institución se convirtió en un centro de saber donde personajes como Nostradamus, antes de ser un celebre profeta, ejerció como médico, junto al sabio mallorquín Ramón Llull y el aragonés Arnaldo de Vilanova, quien llegó a impartir clases allí. Estos hombres, que hoy tendrían pasaporte español, dejaron su huella en una escuela médica que irradiaba conocimiento por toda Europa.
Cerca de esta cuna del saber, se alza la catedral de Saint-Pierre con su imponente fachada gótica. Sus contrafuertes cilíndricos, que emergen audazmente de la fachada como torres de vigilancia, reflejan la singularidad del gótico del sur, una fusión arquitectónica entre la elegancia francesa y la solidez mediterránea.
La vibrante vida contemporánea de Montpellier se siente con especial fuerza en la plaza de la Comédie, núcleo vital que nunca descansa. Esta plaza, adornada por la grácil fuente de las Tres Gracias y custodiada por el majestuoso Palacio de la Ópera, se convierte en el escenario ideal para desplegar un espíritu festivo que define la esencia montpellerina.
HERENCIA CLÁSICA Y MODERNIDAD INNOVADORA
La historia de la ciudad se simboliza en el Arco de Triunfo, majestuosa puerta del siglo XVII que da acceso al Parque del Peyrou, un mirador privilegiado para admirar cómo el sol se oculta al atardecer, tiñendo de dorado los tejados.
La riqueza cultural de Montpellier se manifiesta también en el Museo Fabre, donde se encuentran obras de grandes maestros europeos como Bernini, Monet o Degas, junto a las de Zurbarán. Este es otro testimonio de los lazos históricos con España que perduran a lo largo del tiempo.
Sin embargo, Montpellier también mira hacia el futuro. La ciudad abraza con vigor la modernidad, como lo demuestra el espectacular barrio de Antigone, una obra maestra del arquitecto español Ricardo Bofill que nació en los años 70, representando una osada recreación neoclásica. Esta monumental obra encapsula a la perfección la dualidad montpellerina: una ciudad que honrando su pasado, apunta hacia el futuro, manteniendo su esencia francesa pero sin renunciar a esa conexión ibérica.
DESPEDIDA NOSTÁLGICA
Al caer la tarde, cuando la luz dorada del Mediterráneo inunda las calles llenas de vida, Montpellier parece revelar su secreto más profundo: esa armonía única entre el refinamiento francés y una herencia aragonesa latente. Una fusión de historia, arte y vida cotidiana que convierte cada paseo en un constante redescubrimiento.
Montpellier, con su pasado aragonés, continúa siendo vibrante y orgullosa de su singularidad cultural. Basta con cerrar los ojos un momento en cualquiera de sus plazas para sentir que, quizás, esta ciudad luminosa sigue siendo, en el fondo de su esencia, un poco nuestra.
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