Prometo abstenerme de cualquier comentario político, borro toda huella en mis redes sociales en un intento neurótico de limpieza, pero aquí estoy de nuevo, manchándome las manos con la suciedad del día a día. Es inevitable no abordar el tema político, especialmente cuando nos vemos envueltos en discusiones y situaciones controvertidas que invaden nuestro entorno.

No entraré en detalles sobre la carta que ha generado revuelo, comparable a un drama televisivo, con tintes musicales de José Luis Rodríguez “El Puma”. Esta carta, propia de una mafia sanchista, va dirigida a la población española, destacando la manipulación sutil y el alto ingenio utilizado para cautivar a la mayoría.

Es preocupante observar cómo esta declaración de vulnerabilidad y victimismo puede ser el preludio de un aumento desmedido de poder, un temor a posibles amenazas externas o un resurgimiento del comunismo rudo y desafiante que el líder político de turno parece saber manejar con maestría y que el pueblo consume con resignación.

Sea cual sea el objetivo detrás del discurso melancólico y sombrío, vemos a España nuevamente en una situación vergonzosa, con un congreso de diputados que refleja la decadencia y el ridículo internacional. Una imagen que se asemeja a los barrios marginales dominados por la delincuencia, la explotación y el narcotráfico, donde el nepotismo y la corrupción reemplazan a la cultura y la educación, desbaratando cualquier intento de promover la meritocracia en el ámbito laboral.

Incluso la recomendación de Begoña Gómez, la figura por la que el líder político lamenta en su prosa barata, nos advierte que el atajo hacia el éxito implica el uso de influencias, tratos turbios y negocios poco éticos. Una realidad desalentadora que parece haber invadido la sociedad española y que nos obliga a enfrentar la cruda realidad de una nación que se desmorona ante nuestros ojos.

A pesar de intentar mantenerme al margen de esta marejada de corrupción y depravación que ha invadido nuestro país, hay ocasiones en las que la rabia, la indignación y la impotencia me impulsan a romper la promesa de silencio.

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